Irene Olid González
En el taller, más que fijarnos propiamente en el “Cristianismo del siglo XXI”, que como otros muchos aspectos de la vida cultural, jurídica y económica, que conllevan sus patologías, de allí atacables y su abstracción. El “-ismo” aparece cuando uno no es portador del ideal o la idea, sino cuando estos se abstraen de la vida real y nos abducen, por ejemplo: fanat-ismo, material-ismo, espiritual-ismo, intelectual-ismo, etc.
Así pues prestamos más atención al “Yo en el mundo” y en el Ser del Universo.
La dificultad de estos talleres radica en que, al ir cambiando los participantes que acuden a pintar, a veces por primera vez, es complejo desarrollar un proceso más continuo en devenir para entrar en el Ser del Color, por lo que, y muy hispanamente, toca “volver a empezar” cada vez. En verdad, no sería un problema, si no fuera por nuestra curiosidad y deseo de lo siempre nuevo y distinto, en vez de profundizar meditativamente cada vez ya que “con una flor no se hace primavera”.
En la época del Alma Consciente, a todos nos toca pasar del hacer lo que se sabe al saber lo que se hace, y por tanto al acto autoconsciente, es decir en la pintura, pasar del “trazo instintivo” sujeto a lo pasado, al “gesto formador” que porta a lo nuevo.
Todos entendemos o intuimos que hemos de encontrar las fuerzas para poder moldear el alma como digna vestidura del Espíritu y Yo verdadero, siendo el propósito evolutivo del alma la conquista de la moralidad.
La triple cognición o Tri-Sofía que abordamos a través de los tres Colores Fundamentales y Esplendor: Azul-Alma, Amarillo-Espíritu y Rojo-Vida realizados mántrica y meditativamente, nos permiten descubrir la esencia de nuestra individualidad como Ser en devenir y por tanto también como Camino, Verdad y Vida, que solo se torna verdadero si este Yo esencial, espiritual y Crístico vive simultáneamente en el Todo como centro y periferia.
Para ello, prestamos suma atención, dejando de lado el “Qué”, al “Cómo”, “Porque”, “Para qué” y “Quién” está detrás de lo que actuamos, para que finalmente religarnos al “No yo, sino Cristo en mi”, reforzándonos más y más en esta relación que nos ayuda en la transformación de la materialidad de la carne, de la sombra y oscuridad en espíritu y en la “Nueva Luz”, aquella que “consuela más” (Fiorenza de Angelis): no la recibida, sino la conquistada.
Por la autodisciplina en la praxis vamos conquistando la Renuncia en relación al alma, la Donación en relación al espíritu y el Sacrificio en relación a la vida, todas ellas Leyes imprescindibles de la Creación, con las que el ego dicho de paso se lleva bastante mal. Esta ejercitación aparece como fácil y elemental, sin embargo implica una ardua conquista, siendo estos ejercicios un punto de partida para una actividad meditativa y transformadora del Color y del propio Ser. Esto nos aproxima a los contenidos, al Ser del Color y del Arte, cuyo origen hoy olvidamos, es de carácter suprasensible.
Sabemos que todo cambio evolutivo comienza por uno mismo desde el interior, y se aprende y capacita uno haciéndolo con devoción y amor, en esa respiración entre dentro y fuera, centro y periferia, yo y mundo, sin dejarse condicionar por los límites impuestos por la vida. Estos al ser reconocidos y asumidos se pueden transcender.
Para rematar faena, abordamos la “Figura Humana”, que nos ayuda crecer interiormente y que es un arquetipo individual siempre en devenir, único y especie de sí mismo por la gracia del impulso resurreccional de Cristo.
Antes nos preparamos con un ejercicio más sencillo, “el castillo sumergido”, experimentando la creación sin idea previa, según va saliendo ladrillo sobre ladrillo, dejando puertas y ventanas análogas a nuestros sentidos de percepción,
experimentando la cohesión del conjunto, la fuerza verticalizánte, la rigidez de la forma física, si no fuera por la vida que la anima, en la que el alma está atrapada. Después por el movimiento del agua, portadora de vida, lo sumergimos para poder disolver, ablandar, salir fuera, liberarse de lo condicionante y generar en el futuro un nuevo movimiento y forma.
Es la vida espiritual que se manifiesta a través de la materia en un modo sensible, siendo la vida y la figura humana de carácter suprasensible. Nuestro cuerpo etérico es el arquitecto que mantiene el arquetipo y la integridad del conjunto, siendo el Yo verdadero el que proporciona y el que todo lo transforma. Cada encarnación sirve para conquistar nuevas cualidades y por la voluntad de transformación buscamos la resurrección de lo nuevo.
Esta actividad se fundamenta en una concepción de la salutogénesis válida para todos, que gracias a un “Como” auto-consciente, nos permite sumergirnos en los distintos reinos de la vida, o mundos ligados a la evolución humana que es portadora de un espíritu Crístico. Nos ayuda a realizar la conquista de la dignidad moral, que se expresa a través de lo Verdadero, Bueno y Bello como Camino, Verdad y Vida.
“La Pintura, en verdad, es una síntesis de las artes, por la que se reúnen los aspectos suprasensibles prenatales (arquitectura, escultura, estudio de la forma) y post-mortem (arte de la palabra, canto, euritmia) en un presente mundo espiritual que nos circunda y en el que vivimos Espacial y Temporalmente de día y de noche, reuniendo el Micro y Macrocosmos.”
“Para pintar con la consciencia expandida sobre el mundo del espíritu, es preciso pintar partiendo de lo que da el Color.”
“Para quien lo siente justamente, la pintura es la revelación del mundo espiritual que en el
espacio nos circunda y desde el espacio nos penetra; es el mundo en el cual estamos entre el
dormir y el despertar.”
“Mediante las Artes y la Creación, absolutamente, se traen mundos espirituales al mundo físico
sensible,… entrelazando la vida terrenal con la vida metafísica.”
Rudolf Steiner,- El Arte y la Ciencia del Arte