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Las verdades que son eternas, las percibimos de manera correcta sólo si las captamos en su reflejo actual y no de manera absoluta y de forma abstracta. Al sentirnos hombres no sólo en un sentido abstracto sino al estar bien integrados en nuestra época, en la que es nuestra obligación actuar y pensar de acuerdo con ella, intentaremos escuchar a Cristo, que está con nosotros todos los días hasta el fin de la Tierra, en Su lenguaje actual enseñando, iluminando y fortaleciéndonos a través de la idea de la Navidad. Entonces nuestro deseo será acoger a este Cristo con Su lenguaje nuevo, porque Cristo nos tendrá que ser familiar. Entonces podremos cumplir la verdadera misión crística en la Tierra y, después de la muerte, dentro de nosotros mismos. Cada persona tiene que acoger a Cristo de acuerdo con su época. Eso lo sentían los hombres al contemplar de manera correcta los dos grandes pilares espirituales que son la idea de la Navidad y la de la Pascua de Resurrección. Así, Angelus Silesius, el gran místico alemán de Silesia* dijera con referencia a la idea de Navidad:
Cristo puede nacer mil veces en Belén; si no nace dentro de ti, quedarás perdido para siempre.
Y con referencia a la idea de la Pascua:
La cruz del Gólgota no puede redimirte del mal,
Si no es levantada también dentro de ti.
En verdad, Cristo tiene que vivir dentro de nosotros, ya que no somos hombres en sentido absoluto, sino de una época determinada. Cristo tiene que nacer dentro de nosotros de acuerdo con las palabras tal y como resuenen en nuestra época. Tenemos que intentar que Cristo nazca dentro de nosotros con el fin de fortalecernos y de iluminarnos. El estuvo con nosotros, quiere estar con los hombres en el futuro y quiere, en el presente, nacer en nuestras almas. Si intentamos de verdad, en el día de hoy, vivenciar en nuestra propia alma el nacimiento de Cristo así como nos ilumina y fortalece con la luz y la fuerza eternas presentes en el transcurso del tiempo, entonces contemplaremos de manera correcta el nacimiento histórico de Cristo en Belén y su imagen refleja en nuestra propia alma.
Cristo puede nacer mil veces en Belén; si no nace
dentro de ti, quedarás perdido para siempre.
Así como Cristo sugiere al alma hoy en día contemplar Su nacimiento, Su nacimiento dentro de la historia de la humanidad, Su nacimiento dentro de nuestras propias almas, así es como nos adentramos bien en la idea de la Navidad y entonces contemplamos aquella Navidad cuyo advenimiento deberíamos sentir y que supondrá un nuevo fortalecimiento e iluminación de los hombres después de tantos males y dolores que les estremecen en el presente y que aún les estremecerán en el futuro.
“Mi Reino”, dice Cristo, “no es de este mundo.”* Estas palabras nos exhortan, al contemplar Su nacimiento de manera correcta, a hallar en nuestra propia alma el camino que lleva a aquel Reino donde está El para fortalecernos; donde está El para iluminarnos, cuando estamos en la oscuridad y sin fuerzas, con los impulsos que proceden del mundo del que El mismo nos habló y que nos quiere anunciar su llegada para siempre en la Nochebuena.
“Mi Reino no es de este mundo.” El ha traído Su Reino a este mundo, de manera que, en todas las situaciones de la vida, podremos hallar fuerzas, consuelo, esperanza y fe, siempre que queramos encontrarle, comprendiendo Sus palabras; palabras como éstas:
“Si no os volviereis y os hiciereis como niños,
no entraréis en el reino de los cielos.”
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(Fragmento final de la conferencia pronunciada por Rudolf Steiner en Basilea el 22 de diciembre de 1918; título original: Die Geburt des Christus in der menschlichen Seele, GA 187)
*Angelus Silesius, 1624-1677. “Cherubinischer Wandersmann”.
*“Mi Reino no es…” San Juan 18, 36.