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LibroLas Bienaventuranzas, pp. 53-54AutorMarie Françoise CuvillierLugarBonnecombeFecha1986Compartir

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¿Cómo contempló Cristo a los hombres en su periplo por la Tierra? ¿Qué irradió de Él como consecuencia de ello? ¿Cómo se comportó con ellos?

El leproso se halla destruido por la enfermedad. Cristo se inclina sobre él y lo envuelve con su manto… No hay ni pasión ni sentimentalidad. Es como si Él mismo fuera el leproso, lo acoge en su seno. No hay juicio recriminativo sobre él (pudiendo haberlo, porque sus pasados pecados son la causa de la enfermedad presente), sino sólo la voluntad de que se levante: “Yo me levanto contigo, tengo toda la confianza de que puedes levantarte”.

El ciego es llevado a Jesucristo y Él le pregunta: ¿Qué quieres? Parece una pregunta vana y evidente ¿no? Pero el sentido va más allá; en realidad le está diciendo: “¿Qué es lo que palpita en tu voluntad profunda? ¿Qué buscas? ¿Hacia dónde tiendes?»

Y el ciego le responde: “Que yo vea, Señor”.

Esa voluntad profunda, esa fe ha despertado y ha encontrado la curación. No se trata de que yo le dé al otro lo que no tiene, porque yo sea rico, sino suscitar en él sus propias fuerzas de curación. Que él mismo se ponga en movimiento; pero para ello hay que darle confianza…

Ante Lázaro que ha muerto, Cristo se siente conmovido, sobrecogido, e incluso llora. Esa conmoción que penetra hasta las entrañas es el poner todo el ser en diapasón con lo que hay delante. Y gracias a eso, llega hasta Lázaro, aunque esté ya en la tumba.

Recordemos lo que sucede cuando se hace un diapasón musical y como la otra cuerda vibra a la misma nota sin que la hayamos tocado.

Tener misericordia es ponerse al diapasón del otro, aunque haya demonios en él, y acogerlo. Y eso puede suceder cuando nuestro yo, que es divino, se deja irradiar por Cristo y Cristo impregna nuestra voluntad, y yo puedo acoger al otro sin que él deje de ser él mismo, sino penetrando en su corazón y ayudándole a despertar su propia voluntad adormecida; y así Cristo despierta en mi mi voluntad profunda, de Él recibo Misericordia.

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(Fragmento extraído de la conferencia pronunciada por Marie Françoise Cuvillier en Bonnecombe, el 9 de Agosto de 1986 y publicada en el del libro “Las Bienaventuranzas”, pp. 53-54; Cuadernos Pau de Damasc, Valldoreix, España)

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