Hasta ahora, hemos usado las palabras fe y confesión sin diferenciarlas mayormente; de hecho se relacionan íntimamente. Sin embargo una diferenciación más precisa podrá adentrarnos aún más en nuestro estudio.
En los primeros tiempos del cristianismo, la confesión de la fe cristiana implicaba a menudo un peligro de vida; innumerables personas morían como mártires debido a su fe. En más de una ocasión hubieran podido escapar a la muerte cambiando su religión para pasar a la del Estado. Algunos también lo hicieron, pero la mayoría murió por su convicción cristiana. “Sellaron” con ello su fe.
¿Tendríamos hoy la fuerza para algo semejante? Esta pregunta parece de poco alcance en vista de las condiciones “seguras” en las que creemos vivir. Sin embargo basta una mirada al Este y a otros continentes para que la pregunta no parezca tan absurda. ¿Cuán fuerte es nuestra confesión de Cristo? ¿Ha madurado tanto, se hizo interiormente tan segura para que pueda resistir a cualquier prueba del destino?
Con esta pregunta queremos señalar lo siguiente: en el compromiso interior, en esta autoimposición, la fe posee, como dijimos anteriormente, una fuerza de voluntad que conduce a la confesión. Mas también podemos notar que esa fuerza de voluntad para con la fe puede ser más o menos intensa: bastante fuerte para mantenerse firme o demasiado débil en un peligro de muerte, por ejemplo.
En nuestra conexión con las verdades religiosas podemos distinguir, pues, tres escalones que al mismo tiempo corresponden a tres regiones de nuestra alma:
- Comprender las verdades cristianas ————- Pensar
- Unirse a ellas – fe ————————————- Corazón
- Confesarlas — ——————————————-Voluntad
La confesión se origina ahí donde la fe aprehende la voluntad despertando en ella la energía para conformar nuestra vida según nuestra fe.
Aquí hay que recalcar que cuando hablamos de confesión no pensamos en una confesión de la boca para afuera como si se tuviese que hablar constantemente de ella. Naturalmente que en ciertos casos está bien hacerlo, pero la actitud personal en la vida, que se expresa sin grandes palabras, es mucho más efectiva a veces hasta en las más pequeñas cosas.
Tampoco debe tomarse como un canon estricto el orden: comprender – creer – confesar porque no coincide siempre con los pasos interiores dados efectivamente por el alma. Sucede frecuentemente que es nuestro corazón el que responde primero a una verdad y enciende la fuerza de la fe; sólo después nace el ansia de comprender también lo que se siente, para lograr seguridad por medio de la comprensión y poder desplegar entonces el coraje para la confesión.
A veces también actúa primero la voluntad elemental en el hombre de confesar lo bueno, lo verdadero y luego siguen los otros pasos. Las tres manifestaciones del alma se entrelazan en la vida.
Para describir con más claridad la fuerza confesional hemos mencionado más arriba la amenaza del peligro de muerte. Volvamos ahora a la vida diaria y tengamos presente que no sólo en las situaciones extremas, sino también en el día a día las actitudes y la tesitura cristianas de la vida intervienen. En cierto modo es hasta más difícil mantener la confesión de Dios en la vida diaria que en situaciones extremas del destino, en las cuales no sólo tenemos que evocar toda nuestra fuerza, sino que a veces también recibimos una ayuda especial del mundo espiritual. Confesión en la vida significa ante todo mantener la postura fundamental cristiana en todas las situaciones, en el ánimo de todos los días, en la profesión, en la familia, en las rencillas con nuestros semejantes, etc. Esto es muy difícil y vemos inmediatamente que no podemos lograrlo del todo. Pero lo podemos ejercitar. El Credo puede ser para nosotros un camino de ejercitación para adquirir fuerza de fe y de confesión.
(Fragmento extraído del libro “El Credo” de Hans Werner Schroeder; pp. 20-22, Editorial de la Comunidad de Cristianos, Buenos Aires, 2009)